De una cierta casa tomada
¿Vieron esas colecciones de libros que se editan para ser vendidos en revisterías? Mi papá siempre ha sido comprador empedernido de primeras entregas de este tipo de colecciones. Hay una explicación: la primera entrega suele ser doble (dos libros, dos cuadernillos, dos revistas, dos fascículos al precio de uno). Así que no es nada raro encontrar en su biblioteca libros pareados. Parejas de libros de una misma colección trunca.
De ese modo llegó a casa -y a mi adolescencia- la primera entrega de La Biblioteca de Borges, donde venían juntos los Evangelios Apócrifos y Cuentos de Julio Cortázar.
El primer cuento que recuerdo haber leído de Cortázar fue "Casa Tomada". Desde entonces, es muy fácil para un hombre conquistarme... siempre y cuando sea suya la extraordinaria música de las palabras.
De ese modo llegó a casa -y a mi adolescencia- la primera entrega de La Biblioteca de Borges, donde venían juntos los Evangelios Apócrifos y Cuentos de Julio Cortázar.
El primer cuento que recuerdo haber leído de Cortázar fue "Casa Tomada". Desde entonces, es muy fácil para un hombre conquistarme... siempre y cuando sea suya la extraordinaria música de las palabras.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada
valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pulóver está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor de
preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene
solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
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